sábado, 2 de mayo de 2009

Prim y los Castillejos.

Hay dos personajes históricos que me gustan sobre manera. He leído sus biografía y todo lo que he podido sobre ellos.
Son Valeriano Weyler (el "Tigre de la Manigua") y Juan Prim y Prats.
Con personalidades diferentes, pero con "espítiru" similar.
Consiguieron estar en unos puestos que fueron relevantes en el devenir de la nación.
Vidas apasionantes, acabaron de manera diferente, pero dejaron páginas escritas en la historia de España que nunca quedarán en el olvido.
Una de esas páginas gloriosas, la escribió el general Prim en la batalla de los Castillejos, otorgándole la corona por este motivo el título de duque de los Castillejos.


Según la épica y romántica pluma de Pedro Antonio de Alarcón, en "Diario de un testigo de la guerra de Africa", fue testigo directo de la arenga y posterior acción de Prim:


"...Ya lo había apurado todo, arengas, amenazas, órdenes, palabras de camarada y de amigo. Por segunda vez había intentado aquella arremtida dificultosa y por segunda vez el reimiento de Córdoba se había estrellado contra una bocanada de mortífero plomo.
Y el enemgo avanzaba entre tanto...y las posiciones conquistadas a precio de tanta sangre española iban a quedar por suyas...y el equipo de aquellos dos batallones caería en poder de los marroquíes (Nota de JJ: los soldados se habían desprendido de sus mochilas para poder combatir con más ligereza)...y España sería vencida por vez primera en el africano continente...
¡Oh no! Eso no podía ser. Los leones de Castilla harán un esfuerzo desesperado,el corazón de nuestros valientes responderá al acento supremo del patriotismo.
El conde de Reus (Nota de JJ: Prim, vamos) ve ondear ante sus ojos el estandarte de España que conduce un abanderado de Córdoba. El semblante del general se ilumina con el fuego de una súbita inspiración. Lánzase sobre la bandera, cógela en sus manos, tremólala en torno suyo como si quisiera identificarse con ella y rigiendo su caballo hacia las balas enemigas y volviendo la cabeza a los batallones que deja atrás, exclama con tremebundo acento:
─¡Soldados! Vosotros podéis abandonar esas mochilas porque son vuestras, pero no podéis abandonar esta bandera porque es de la patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas...¿Permitiréis que el estandarte de España caiga en poder de los moros?¿Dejaréis morir solo a vuestro general? Soldados...¡Viva la reina!
Dice y da espuela a su caballo y sin reparar en si va olo o le sigue la infantería, cierra contra las huestes contrarias con la bandera amarilla y roja desplegada al viento, suspendiendo por un instante la furia de los marroquíes, que contemplan asombrados tan grandiosa e impávida figura.
Los batallones de Córdoba no han sido sordos a aqella voz irresistible: ─¡Viva nuesto general!─, gritan vigorosamente y se abalanzan en pos suyo sobre los moros, y arrostran una muerte segura, y caen cadáveres sobre cadáveres, y siguen arremetiendo, y las ballonetas se cruzan con gumías, y mezclarse la sangre infiel con la cristiana..."

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