lunes, 1 de noviembre de 2010

Viriato y el tambor del Bruch


Hace ya un tiempo Arturo Perez Reverte escribió en su caústica columna del Semanal, estas líneas, las traigo de nuevo por aquí ya que no tienen desperdicio. Además desde que le llamó a Moratinos perfecto mierda por llorar en su despedida, con el consiguiente escándalo, mira, me cae mejor.


Viriato y el tambor del Bruch.

Engañado he vivido hasta hoy. Resulta que Sagunto no fue una heroica resistencia de los iberos contra Cartago, sino el primer hito de la autonomía valenciana Resulta que Viriato no fue, cual rezan los antiguos textos de Historia de España, un pastor lusitano que combatió contra Roma, sino un adalid de la independencia de la ribera del Tajo. Resulta que Lope de Aguirre, ese espléndido animal que sembró de sangre y quimeras la ruta de El Dorado, no era un mitómano vascongado con toda la crueldad y la grandeza del alma hispana, sino un nativo de Iparralde Sur con grupo sanguíneo específico que inventó la puñalada en la nuca. Resulta que Jaime I el Conqueridor (como su propio nombre indica), no fue rey de Aragón sino de Cataluña, y que los almogávares vengaron a Roger de Flor saqueando Atenas y Neopatria bajo la bandera de la monarquía catalana, bandera que los aragoneses se han apropiado por la cara. Resulta que Rodrigo de Triana no era un sufrido y duro marinero de la española Andalucía, sino que el ceceo con el que gritó ¡Tierra a la vista! Se lo debía a su auténtica nacionalidad que era la bereber-andalusí. Resulta que, a pesar de las apariencias, Agustina de Aragón, Daoiz y el tambor del Bruch no combatieron en la misma guerra, sino en tres guerras distintas que no deben confundirse, a saber: la que los aragoneses hicieron contra Francia por su cuenta y sin consultar a nadie, la del centralismo madrileño contra el centralismo napoleonico, y la Cataluña de tú a tú contra otra potencia europea.
Los viejos y venerables textos ya no sirven de nada. Basta darse una vuelta por ahí, visitar cualquier museo o monumento histórico y pedir un folleto y escuchar al guía local, para comprobar hasta qué punto de aquí a poco tiempo no nos vamos a reconocer ni nosotros mismos. Nunca se ha manipulado tanto y tan impunemente como ahora, bajo el pretexto de borrar anteriores manipulaciones. Así entre tanto neohistoriador local y tanto soplador de vidrio están dejando la Historia de España, la que (a pesar de sus errores y lagunas) aprendimos en los libros y con tanto orgullo nos explicaron nuestros padres y nuestros abuelos, hecha un bebedero de patos.
Las bibliotecas siguen ahí, pero los libros se destruyen, se esconden y se reescriben según las necesidades del momento. Las huellas físicas se restauran a capricho, se borran las inscripciones inconvenientes y se sustituyen por otras más acordes a la nueva realidad histórica. Y cuando no existen, mejor. Así se pueden crear, sin problemas, símbolos centenarios encargados a artistas de diseño de moda que, si el presupuesto da para ello, pueden incluso, recubrirlos con la patina formal correspondiente para que den la impresión de haber estado ahí desde siempre.
La táctica no es nueva. Los apóstoles de la intolerancia, los grandes manipuladores de los pueblos y las banderas suelen recurrir a este eficaz sistema: el nazismo con la cultura europea, o el nacionalismo serbio en los Balcanes, sin ir más lejos. La Historia, la que se escribe con mayúsculas, ha sido siempre el principal objetivo, porque es el más molesto y lúcido testigo. Frente a los intereses locales, de tiempo y de situación, lo que une a los pueblos es la historia vivida en común: los asedios, las batallas, las gestas, las victorias, las derrotas, las esperanzas, las desilusiones, los héroes, los mártires, las iglesias, los castillos, las catedrales, los cementerios. Ésa es la espina dorsal, hecha de sufrimientos y de alegrías, de lucha y trabajo, de años y siglos, sobre la que se encarna el respeto, la convivencia, la solidaridad.
Sin Historia somos juguetes en manos de los bastardos que cifran su fortuna en llevarnos al huerto. Rotos del pasado y de la memoria, asfixiados el orgullo común ¿qué diablos queda? Sólo el escozor de las ofensas, qué también las hubo. Sólo desconfianza y miedo, resentimiento, y esa bilis amarga que nutre el alma de las contiendas civiles.
Sí. Manipular la Historia es aún más bajo y miserable que utilizar las armas de la etnia, o de la lengua, porque si estas apuntan al presente y futuro, lo otro va royendo todo aquello que hizo posible que ni etnias ni lenguas fuesen obstáculo para que diversos pueblos y naciones vivieran en paz y trabajasen juntos. Por eso me inspira tanto recelo y tanto desprecio esos aprendices de brujo, esos historiadores subvencionados y mercenarios que se venden, por treinta monedas de plata, a los caciques locales que les llenan el pesebre.

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