Antes de la batalla de Agincourt, con una desventaja de cinco a uno y enfrentándose a la flor y nata de la caballería francesa, Henry V les habla a sus tropas, en la arenga del día de San Crispín:
"Hoy es el día de San Crispín: el que sobreviva a este día y vuelva a casa sano y salvo, se elevará de puntillas cuando se nombre este día, engrandicéndose ante el nombre de San Crispín. El que salga vivo hoy y llegue a la vejez, todos los años, en la víspera de ese día, invitará a sus vecinos, y dirá: "Mañana es San Crispín"; y luego se remangará y enseñará sus cicatrices. Los viejos olvidan: todo quedará olvidado, pero él recordará, rememorando las hazañas que hizo ese día. Y entonces nuestros nombres serán familiares en su boca como los de sus propios parientes: el rey Enrique, Bedford, Exeter, Warwik, Talbot, Salisbury y Gloucester, todos seremos recordados de nuevo entre sus vasos rebosantes. Esta historia la enseñará el buen hombre a su hijo, y desde este día hasta el fin del mundo la fiesta de San Crispín Crispiniano nunca llegará sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo, el recuerdo de nuestro pequeño ejército, de nuestro feliz ejército, de nuestro bando de hermanos; porque el que vierte hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición, y los caballeros que permanecen ahora en el lecho en Inglaterra se considerarán como malditos por no haberse hallado aquí, y tendrán su nobleza en bajo precio cuando escuchen hablar a uno de los que hayan combatido con nosotros el día de San Crispín."
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