Con permiso de Enrique Villuendas, traigo un texto, de la pluma de un cronista del siglo XIII, para deleite de todos:
EL MONJE DE SIGENA
Real Monasterio de Nuestra Señora de Sigena
Reyno d’Aragó
Octubre de 1238
“Triste está hoy la mañana, vive Dios. Desde laudes se barruntaban nubes y hace ya dos días que la reúma me muerde el costado, assí que non est extranyo que agora se deshagan los cielos en lágrimas de ángeles, que non son otra cosa las gotas de lluvia para una tierra sedienta como aquesta nuestra, inmisericorde con el campesino que della se nutre como con el señor que con su hueste por ella cabalga al llamado de su rey, que pretende agora ofender a los moros de Balansiya e ganar sus reinos para la Corona.
Mas non he fecho la presentación de mi humilde persona et como non fuy maleducado en mis mocedades, bueno será que vos diga que Lorenço de Zuera es mi nombre y monge cillerero de Nuestra Señora de Sigena mi actual condición. Más de veynte anyos ya face que profeso en el cenobio sigenense y en todo aqueste tiempo he tratado de olvidar cuanto mis gastados güesos han sufrido en otras tierras e otros tiempos en que mi braço era fuerte e mi ánimo presto a la aventura.
Porque habéis de saber, mis nobles senyores e damas que tenéis a bien leer mis chapuceros escritos, que non fue siempre la tonsura mi condición en la tierra, sinon que allá por el anyo doce del siglo, siendo segundón de un pobre linaje de infanzones, apuesto moço e intrépido guerrero de veynte primaveras, salíme de mi casar zufariense, dejé atrás a mi familia entre lágrimas de madre e orgullo de padre, e fuíme a buscar con las espuelas lo que las magras tierras de mis antepasados me vedaban a favor de mi hermano mayor por derecho de mayorazgo.
E sabiendo que Su Majestad don Pedro de Aragón, dirigíase a luchar contra el Miramamolín en apoyo de Castiella e Navarra, non dudé en unirme a sus huestes y atravesar la Hispania en busca del honor, la gloria e los bienes que mi cuna me negaban et el derramamiento de la sangre de infieles me prometían. E assí fue como fui a parar entre los que luego la Historia conoscería como los Fideles Regi, los nobles aragoneses a los que encontré sirviendo bajo los pendones de don Pedro el Segundo doquiera que éste fuesse y a cuyo servicio tuve el honor de permanecer durante todo el tiempo que con ellos viviera.
Marchando a tierra de infieles con buen ánimo, fue el mayordomo de Su Majestad, el muy noble señor don Aznar Pardo, e su fijo Pedro muy especialmente, quienes más en afecto me tomaron. E junto a ellos, el barón Rodrigo de Liçana habíase también provisto de los servicios de un joven infanzón turolense, de nombre Diego Marsilla, segundón como yo, con quien tuve el plazer de compartir tantas cabalgadas, noches sin suenyo e sangrientos combates que non tardando mucho los tres muchachos, don Diego, don Pedro Pardo e yo mesmo, trabamos grande amistade de armas, convertiéndonos en uña e carne durante los pocos años que Dios tuvo en su gloria que permaneciésemos juntos.
Fue assí deste modo como conocimos a Isabel Segura, nombre que no caía de los labios del bueno de Diego. Era su luz, su varadero, su cielo y su mar e tanto nos fablaba della, de sus ojos, de sus manos, de sus cabellos e de los labios que nunca habíase atrevido a besar, que si non fuera porque hubiera sido ofendello mui gravemente, tanto don Pedro Pardo como yo hubiéramos osado admirar muy poco cortésmente los encantos que de la muchacha imaginábamos. Una muchacha que, según nos contó Diego, lo esperaba impaciente en su Teruel natal y lo esperaría como fiel amada hasta que el plazo de cinco años dado por su padre para conseguir fama e dineros lo devolviesen a Teruel, a su casa e a los brazos de Isabel delante del altar para convertilla en su esposa... Assí decía el infeliz de Diego mirando las estrellas mientras Pedro y yo observábamos su rostro arrebatado por dulces visiones de futuro.
Terrible, espantosa, inenarrable carnicería fue la que en el lugar que llaman Las Navas de La Losa se sucedió. Non voy a rememoralla porque aún siento en el hombro la punzada de la lanza mora que me abrió una mala brecha de tres pulgadas y que al llegar las lluvias no deja de recordarme dolorosamente aquella jornada tan gloriosa como tremenda. Sólo diré a vuesas senyorías que tanto Diego, como Pedro, como vuestro humilde cillerero salimos vivos e airosos del lanze. Y, por cierto, Diego muy contento con el botín fabuloso que en sus faltriqueras logró acumular, saqueando las tiendas de los infieles almohades.
Mas non habría de durarle la goya, pues pocos días más tarde, cuando Diego volaba más que cabalgaba con su yegua Quilla cargada de tessoros hacia Teruel, una partida de bandidos montañeses vestidos con pieles e armados de cuchillos e azagayas atacó la retaguardia de la mesnada real, y antes de poder repeler a la chusma que nos había ofendido, dió con los güesos de Diego e los míos en el suelo, e perdido el conoscimiento, arrebatáronnos los nuestros botines e dejáronnos muy malferidos hasta la llegada de Pedro Pardo e su padre don Aznar, que hicieron huir a los malhechores, recompusieron nuestros tristes esqueletos e curaron nuestros quebrantos. E vive Dios que no les fue difícil a los Fideles del Rey poner en fuga a la chusma montañesa, que es bien sabido questas alimañas atacan en manada y siempre al desvalido, al indefenso, al que como nosotros abandona el amparo de la hueste con la que camina por los recios barrancos pirenaicos. E non lo fazen con la espada, la lanza y el escudo, como esforzados guerreros, mas con afilados cuchillos e zafias azconas, como matarifes, huyendo cual sierpes al sentir entre los riscos el galope de los cascos de un caballo de batalla dirigirse a ellos por les ofender...
Así y todo, mucho lloró el pobre Diego por la oportunidad perdida, e aún casi tuvimos de atallo, pues quería partir él solo a recuperar su botín e poder regresar a Teruel. ¡Malditos sean por siempre los ladrones e quienes los ayudan! Varios meses pasamos intentando rehacer nuestras fortunas Diego e yo, sin que él osase presentarse ante Isabel con las manos vacías, aunque bien cerca passamos de las tierras turolenses (llegando incluso a vislumbrar su casar en la lejanía una tarde de invierno), mas a poco don Pedro Pardo e los Fideles Regi nos animaron a seguir a la hueste real hacia Occitania, pues se preparaba un nuevo choque del que podíamos sacar provecho. Un tal Monfort, al mando de un ejército de cruzados normandos, amenazaba los dominios reales en el Lenguad’Oc. E assí fue como llegamos a Tolosa, juntámonos con el conde Raimundo e la mesnada aragonesa, que incluía para nuestra vergüenza e descrédito a varias partidas desos zafios montañeses putañeros e salvajes que topamos en los Pyrenaei Montes, acompañados de una compañía de arqueros mercenarios vendidos a la bolsa de don Pedro de Aragón igual que podían haberlo hecho a ese maldito Monfort, se dirigió a un lugar clamado Muret...
Sigue lloviendo en Sigena. Mis recuerdos se deslizan agora entre las gotas de lluvia, se convierten en lágrimas e lloran con los cielos. Yo ví caer al rey de Aragón, atravesado por las espadas de los cruzados franceses. Ví caer a don Aznar Pardo, a mi amigo don Pedro, al señor de Liçana, al de Alagón, a los Fideles Regi, a lo mejor de la nobleza aragonesa, mientras la chusma de peones, bandidos, arqueros y ballesteros mostraban temblando y corriendo apresuradamente sus blancos y tiernos culos a los normandos en pos de la salvífica retaguardia. E fui condenado a vivir para contallo y para dar fe de su vergüenza. Como Diego, que también sobrevivió. Con el coraçon encogido, partimos de Occitania a escondidas. Diego, a Tierra Santa, según dijo, por recobrar su hacienda. Yo... non sabía entonces donde dejarme caer. Al final retorné a las tierras de Aragón, acompañando en triste comitiva el cadáver del rey e de don Rodrigo de Liçana, que reposarían ambos para siempre en Sigena. Et quedéme con ellos. No supe más de Diego hasta que cinco años más tarde -cuando ya, hastiado de la vida, profesaba como monje- un peregrino me contó una triste historia de amor entre las casas de Marsilla e Segura que habíasse passado en Teruel... E dos nuevas punzadas en el pecho viníéronse a reunir con todas las demás.
Pero hete aquí que la bilis rezuma desde mis entrañas y la ira nubla mi entendimiento al ver cómo agora aquellos que le abandonaron cobardemente en los llanos de Muret ofrecen al rey don Pedro flores de traición en Sigena et le rinden homenage derramando lágrimas falsas ante su tumba, donde a poco de mostrar impúdicamente su hipocresía me ha parecido más de una noche oír removerse de pura rabia los huesos de mi señor el rey junto con los de don Rodrigo de Liçana y los cientos que quedaron yertos en Occitania con los dedos aferrados a una espada que el honor les impidió soltar. Y me entran deseos de tomar el látigo y expulsar de la iglesia a esos malditos fariseos, pozo de iniquidad y cobardía, sentina de vicios y soberbia, como Jesús a los mercaderes en el templo, proclamando al Orbe entero su osadía y su desvergüenza. Y tengo que echar mano de toda mi fuerza de voluntad por mostrarme humilde e sereno, llegando a clavarme las uñas en la palma de las manos al verles allí arrodillados devotamente, profanando con su sola presencia la tumba de un rey e obligándome a buscar a un hermano de la Orden que me escuche en confesión et extienda sobre mi alma el dulce bálsamo de la Penitencia y del Perdón...
Non est fácil vislumbrar cuánto dolor puede caber en el alma de un hombre mas dudo sobremanera que en la mía pudiera caber ya más, aunque el tiempo lo vaya mitigando. En honor de quienes quedaron atrás, pues, voy agora a poner unas flores en la tumba de don Pedro y a dedicar en mi alma el rezo de maitines a Diego, a Isabel, a todas las víctimas del destino y de la necedad humana... Y una no menos sentida maldición para aquellos que non conoscen más honor e lealtad que a la traición e la perfidia.
Dios os guarde, mis damas e senyores”
Lorenço de Zufaria
1 comentario:
¡Y qué gran verdad escribe fray Lorenzo de Zufaria en su confesión! Los que ahora andan programando homenajes y sacudiéndose las chorras unos a otros vestidos de payasos son los mismos que hace 800 años habrían vendido a su padre (si lo conocieran) por unas monedas y que dejaron en calzones a Pedro "el Católico" y a sus caballeros aragoneses en Muret cuando le vieron el vapor de los ollares a los caballos del Monfort que venían a por ellos al galope...
Bravo, bravo. Linda gente. Honor y Lealtad...
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