Se declaró fuego en un pozo petrolífero, y la compañía solicitó la ayuda de los espertos para acabar con el incendio.
Pero el calor era tan intenso que no podían acercarse a menos de trescientos metros. Entonces, la dirección llamó al cuerpo al Cuerpo de Bomberos voluntarios de la ciudad para que hicieran lo que buenamente pudieran.
Media hora más tarde, el decrépito camión de los bomberos descendía por la carretera y se detenía bruscamente a unos veinte metros de las llamas. Los hombres saltaron del camión, se esparcieron en abanico y, a continuación, apagaron el fuego.
Unos días más tarde, en señal de agradecimiento, la dirección celebró una ceremonia en la que se elogió el valor de los bomberos, se exaltó su gran sentido del deber y se entregó al jefe del Cuerpo un sabroso cheque
Cuando los periodistas le preguntaron qué pensaba hacer con aquel cheque, el jefe le respondió:
─Bueno, lo primero que haré será llevar el camión a un taller para que le arreglen los frenos.
Es un relato de Anthony de Mello.
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