Castillo de Peracense, día tercero de las nonas de agosto del año de la Encarnación del Señor de mil y doscientos once.
Si alguna vez la Parca tejió sus hilos con saña, yo os digo, por Dios vivo, que ésta parece ser la ocasión. Nos alcanzan tiempos preñados de dolores y parecería que bajo los pies de nuestro señor rey, don Pedro de Aragón, se esconde la piedra armera de todas las iras y amenazas.
En tanto que tales augurios se ciernen sobre todos nosotros, la mesnada real y aquellos ricoshombres que tienen sus honores por el rey don Pedro, se baten, con las tropas de los concejos más próximos, contra los muros de Balaguer, pues don Pedro busca retornar el condado de Urgell a su legítima señora. ¡Más le valiera encontrarse en otra parte y no luchando contra los suyos!
Bien cerca de allí, al otro lado de la blanca muralla, la jauría del Papa romano muerde, una a una, las plazas de los deudos del rey en Occitania. Bram, Minerva, Terme, Cabaret, Lavaur y muchas otras villas y ciudades han sido pasadas a sangre y fuego por el malhadado Simón de Monfort, mientras los buenos vasallos de don Pedro han ardido en piras humeantes por el miserable celo del rencoroso abad de Citeaux, mano, y legado ahora, del Santo Apóstol. ¡Hasta con Tolosa se han atrevido pero, loado sea el Cielo, sus fuerzas no han sido tantas!
Del sur llegan noticias que se lamentan de como el Miramamolín, ese falso profeta de la secta de los almohades, ofendido en su fe por la pérdida, el pasado verano, de Ademuz, Castelfabib, el Cuervo y Sertella a manos de nuestro valeroso señor rey, se halla, después de atravesar el mar con innumerables galeras, taridas y leños, sobre los lindes de Castilla, cercando la fortaleza de Salvatierra, último bastión de la Fe. Si la toma, nadie podrá impedir que arribe hasta Zaragoza, Barcelona y los Pirineos, tal y como amenazó a nuestro buen rey en su osada y desafiante carta.
¡Ojalá, Nuestro Señor Dios hunda a los enemigos en la confusión y disperse sus ejércitos a los cuatro abismos del mundo!
Pero, aun con ser éstas amenazas tan terribles, mucho más doliente y pesarosa es la desafección de tantos ricoshombres, mesnaderos y vasallos de toda condición, que como buitres ven llegado el momento de arrojarse, en propio provecho, sobre los futuros despojos.
El aire está espesado ahora de palabras sediciosas, oscuras arterías y velados propósitos de traición. Muchos se muestran, amagados en secreto, dispuestos a juramentarse contra el rey y, pretextando bien común, hurtarle el cetro de la mano con tal de poder manejar el reino a su egoísta antojo. De ahí que, de todos éstos, sean ya muchos los que tornan sus ambiciosas miradas hacia don Rui Ximénez de Urrea, pues saben bien que este orgulloso señor se halla en franca y abierta rebelión desde que, el año pasado, desoyendo el mandato directo de don Pedro, negó la entrega de Peracense a su legítimo tenente, don Ximén Cornel, el Viejo, amigo y consejero del señor rey.Y ahora, ahora dicen que algunos de los más altos señores del reino y de los condados, con una u otra excusa, han partido del cerco de Balaguer y marchan, a uña de caballo, hacia Peracense, convocados por don Rui…
Así pues, la siniestra y tejedora Parca anuda, con maestría y delectación, los hilos de un negro destino sobre la roja y altiva torre del igualmente rojo y enriscado castillo de Peracense…
¡Dios nos ayude a todos cuantos deseamos la ventura del rey y el provecho del reino!
Quae cum ita sit, fratres, pro salvatione regni, rogate nobiscum: Omnipotens et misericors Deus, qui superbis resistis, humilibus autem das gratiam, digna tibi laudum preconia et devotas gratiarum referimus actiones, quod antiqua innovando miracula, ex iustitiae causa, gloriosam concederis victoriam de perfidis gentibus regno Aragonum: te suppliciter exoramus ut quod mirabiliter incepisti misericorditer prosequaris ad laudem et gloriam nominis tui sancti, quod super nos famulos tuos fideliter invocatur. Per Dominum nostrum, et cetera.
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