miércoles, 4 de noviembre de 2009

Lo que bien empieza...

Días atrás recibía una peculiar, especial y muy artística invitación.
Los cálamos de Don Enrique de Zaragoza, se ponían al servicio de los novios, Carlos y Rocío, para anunciarnos la buena nueva, que no era otra que el celebrar sus esponsales en la ciudad de Calatayud.

La cita tendría lugar el 31 de octubre (buen mes, ¡vive Dios!, para las bodas), y se requería nuestra compañía para acompañar a los novios en tan feliz día.


El día señalado, hasta allí acudieron las casas nobles de Aragón, familiares y amigos, para acudir al enlace de nuestros queridos amigos.


La novia estaba preciosa. Dicen que todas en ese día lo están, y yo digo que algunas más que otras y ésta lo confirmaba estando radiante.

El novio, nervioso y gallardo, como no podía ser de otra manera.


Llegada la hora, los novios, cada uno por su lado, fue acompañado por una aguerrida hueste, que los escoltó hasta llegar al lugar de la ceremonia.



Una vez allí, se realizó el casamiento propiamente dicho, entre fórmulas y lecturas, risas y miradas.



Tras sortear un interminable arco de espadas, los novios acudieron al lugar del convite, que no era otro que el convento benedictino.

Antes de entrar al salón, se hizo entrega a los novios de varios presentes, a la sazón, un precioso pabellón de lino y un certero arco con su aljaba.

Entrados ya a la sala del convite, la sorpresa fue mayúscula, pues estaban los balcones adornados con los gallardetes y colores de las casas nobles y amigos.

Además la disposición de las mesas también venía indicada por esta heráldica y una pequeña reseña de la biografía del principal valedor del linaje del ricohombre. Un precioso detalle que da medida del esmero de los novios y de su involucración en Fidelis Regi, pues nos sentíamos parte de algo grande y como en casa, así nos hicísteis sentir.

Lo mejor aún estaba por venir, deliciosos manjares, de huerta, del mar y del campo. Deliciosos caldos, mi agradecimiento sincero por ese Baltasar Gracian, de viñas viejas, hummmm, sabroso.

Dulces, licores, charlas, canciones (porqué será que cuando se tibia el alma, se canta), bailes y chascarrillos.
Sin duda alguna, una preciosa boda, una estupenda reunión de amigos y la pena, es que en mi ánimo, a pesar de tan extraordinaria velada, está en que no lo repitáis nunca, salvo si es para celebrar las bodas de plata y después las de oro, a las que desde luego Don Rodrigo de Lizana acudirá presto, bien tenga que dejar sus bancales del Sobrarbe, bien tenga que abandonar la lucha contra el infiel o tenga que salir antes de las Bodas de unos tal Diego e Isabel.

Un abrazo a los nuevos esposos, Carlos y Rocío, que seáis muy felices.

Y otro abrazo para los que compartimos mesa, risas, cervezas, licores, pipa de agua, bromas y aventuras, trasnoche, etc.

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