A pesar de no estar en una ruta demasiado transitada, nos llegan noticias por diferentes viajeros que se acercan a la fortaleza, que va a hacer ya más de tres meses que nuestro señor Pedro II, conocido como el Católico, fue muerto en el sitio de Muret.
Las noticias son aciagas, el reino se ha deshecho, el sucesor ha sido confinado bajo la tutela de pérfido Simón de Monfort, a saber con qué oscuras intenciones.
Los ricoshombres, aquellos que han podido salvar la vida; pues muchos la perdieron junto al rey, han desaparecido sin apenas dejar rastro.
Unos, los más, conspirando en su beneficio y en detrimento del poder de la corona, aprovechando estos turbulentos días para medrar y conseguir castros y derechos. Los otros, restañando sus heridas en un encierro penitente, más propio de anacoretas, que de gente de su peso y valía…¡Ahora, qué es cuando más falta hacen unos brazos fuertes que enarbolen la señal Real!
Aquí, en esta atalaya natural, la guardia se ha doblado. Andan partidas armadas de unas y otras huestes merodeando por villas y fortalezas, partidas de renegados, mercenarios sin soldada, bandidos, traidores…
En concejo de Daroca intenta mantener el orden en la comarca, a pesar de que también muchos de sus infanzones y gente de armas perecieron en la terrible batalla. Por eso desde este castillo de Peracense, mantenemos la guarda de los caminos y mantenemos un continuo intercambio de señales con el castillo de Singra y el resto que forman la línea de defensa de las villas.
Mucho me temo que no tardaremos mucho en avistar alguna de esas partidas de revoltosos, soldados sin norte, sin causa, sin Rey, ni Dios.
Un nutrido grupo de mercenarios almogávares guardan las puertas del primer recinto amurallado. El alcaide del castillo confía en su fidelidad, pero yo desconfío de ellos, hace ya días que no reciben su paga y por la noche en los corrillos junto al fuego les oigo murmurar, ya no ríen, ni cantan, sólo murmuran.
Hoy han llegado varios freires templarios, huyendo de los desmanes de un numeroso grupo armado, comentan que se dirigen hacia aquí. Sean bienvenidos, estos guerreros reforzarán nuestras exiguas fuerzas, además siendo hombres de Dios, bien podrán interceder por este pobre pecador cuando me encuentre ante el Creador.
¡Ya los veo! Por allí sube una hueste armada…¡A las armas!¡A las armas!
El castillo, es pequeño pero inexpugnable, hay agua de sobra gracias a unos aljibes que tenemos en los recintos interiores y los graneros se encuentran llenos. Ya hemos avisado al castillo más cercano y desde allí llamarán a la milicia concejil de Daroca a que venga en nuestra ayuda, resistiremos hasta que así sea.
Las noticias son aciagas, el reino se ha deshecho, el sucesor ha sido confinado bajo la tutela de pérfido Simón de Monfort, a saber con qué oscuras intenciones.
Los ricoshombres, aquellos que han podido salvar la vida; pues muchos la perdieron junto al rey, han desaparecido sin apenas dejar rastro.
Unos, los más, conspirando en su beneficio y en detrimento del poder de la corona, aprovechando estos turbulentos días para medrar y conseguir castros y derechos. Los otros, restañando sus heridas en un encierro penitente, más propio de anacoretas, que de gente de su peso y valía…¡Ahora, qué es cuando más falta hacen unos brazos fuertes que enarbolen la señal Real!
Aquí, en esta atalaya natural, la guardia se ha doblado. Andan partidas armadas de unas y otras huestes merodeando por villas y fortalezas, partidas de renegados, mercenarios sin soldada, bandidos, traidores…
En concejo de Daroca intenta mantener el orden en la comarca, a pesar de que también muchos de sus infanzones y gente de armas perecieron en la terrible batalla. Por eso desde este castillo de Peracense, mantenemos la guarda de los caminos y mantenemos un continuo intercambio de señales con el castillo de Singra y el resto que forman la línea de defensa de las villas.
Mucho me temo que no tardaremos mucho en avistar alguna de esas partidas de revoltosos, soldados sin norte, sin causa, sin Rey, ni Dios.
Un nutrido grupo de mercenarios almogávares guardan las puertas del primer recinto amurallado. El alcaide del castillo confía en su fidelidad, pero yo desconfío de ellos, hace ya días que no reciben su paga y por la noche en los corrillos junto al fuego les oigo murmurar, ya no ríen, ni cantan, sólo murmuran.
Hoy han llegado varios freires templarios, huyendo de los desmanes de un numeroso grupo armado, comentan que se dirigen hacia aquí. Sean bienvenidos, estos guerreros reforzarán nuestras exiguas fuerzas, además siendo hombres de Dios, bien podrán interceder por este pobre pecador cuando me encuentre ante el Creador.
¡Ya los veo! Por allí sube una hueste armada…¡A las armas!¡A las armas!
El castillo, es pequeño pero inexpugnable, hay agua de sobra gracias a unos aljibes que tenemos en los recintos interiores y los graneros se encuentran llenos. Ya hemos avisado al castillo más cercano y desde allí llamarán a la milicia concejil de Daroca a que venga en nuestra ayuda, resistiremos hasta que así sea.
3 comentarios:
¡Coñe, Jesús, no te pongas tan elocuente, que hasta me siento culpable por no enarbolar una lanza y cabalgar hasta las tierras de Aragón en vuestro auxilio!
Jajaja... y sabes que te esperaremos con los brazos abiertos.
Tarde...
"Holgazanean los caballeros Fideles Regi en las lizas del castillo mientras una docena de almugávares, descontentos e taciturnos por la falta de paga al no disponer de pecunio las arcas reales, corren apuestas e cuidan la poterna de entrada y, en el segundo recinto, los freyres templarios rezan por la salvación de sus almas y por el bien destos reynos, cuando el tenente de la fortaleza grita desde lo alto: ¡Los veo, los veo, allí están! ¡A las armas, a las armas!...
Pónense todos en movimiento, don Artal requiere su escudo, ajusta don Rodrigo el barboquejo de su yelmo, don Juan de La Guardia desenvaina su ferruza con presteza y un servidor vuestro da grandes vozes a los almugávares, espada en mano, diciéndoles que cierren el portón y no permitan aproximarse al enemigo a los lienzos de la muralla. Mas, ¡ay de nosotros!, la maldita chusma almogávar es brava, temible e dura mas no tiene otro amo que el dinero, y en Peracense no lo hay... Se aproxima a las puertas un caballero enemigo mientras desde dentro arrecia la grita de los Fideles Regi para que se dejen de monsergas y cierren filas contra ellos de una vez, pero el adalid Ferrolobo y el almocadén Somarro del Pobo abren conciliábulo con el parlamentario atacante y, a cambio de una bolsa de monedas como Judas Iscariote ante el Sanhedrín, no dudan en vender a sus señores, gritan todos “¡Tornachunta!” y los malditos almugávares hacen traición pasándose en masa al enemigo...
Los gritos de “¡Traidores! ¡Traidores! ¡Pagaréis por esta felonía!” de los fieles del rey elévanse hacia los merlones e almenas de Peracense pero ello no impide que la masa de soldados entre en el castillo como Pedro por su casa despaciosamente, como solazándose en su victoriosa y cobarde táctica sobornadora. Mas los Fideles Regi no son guerreros que se dejen amedrentar por nimiedades, y contentos e orgullosos al ver que van a batirse a razón de tres a uno, cierran filas y forman muro de escudos a una orden de don Artal (que, dicho sea de paso, casi deja sordo a este pobre amanuense vuestro porque dio su grito casi en mi oído) y tras la vil traición comienza el asalto propiamente dicho a los muros de Peracense.
Cierran los atacantes con lanza y espada y cierran los Fideles del rey contra ellos chocando escudos y entrelazando ferruzas, ni un paso atrás. Veo ante mí la lanza del temible Alvar García, capitán de la mesnada del Lobo Negro, que me mira sonriendo con su pupila de serpiente y sin dejarme ganar por el miedo que inspira esa mirada doy certero golpe en su lanza con mi espada y la aparto de mi escudo mientras veo cómo mis hermanos de armas se baten a plazer en el flanco derecho con los Leo Crucis e ACHA y los almugávares se solazan viendo el espectáculo que su villanía ha propiciado. En un instante de duda en el que nuestros atacantes vacilan ante el valor de los hombres del rey, clama don Artal por la ayuda de los freyres templarios y los caballeros del Norte, quienes a la grita de “¡Vizcaya, Vizcaya por Aragón!” bajan prestos a unir sus fuerzas a las nuestras mientras reculamos sin perder la cara al enemigo hacia el segundo recinto do barruntamos que tendrá lugar el decisivo combate.
Así es. Ganada la altura de la segunda terraza por los guerreros atacantes, el combate se abre e se faze general. Vuestro amanuense soldado no puede ya con su alma, aunque tiene aún arrestos para dar dos buenos golpes a un caballero enemigo, pero ellos son demasiados y el gambesón me pesa como si fuese de plomo, el escudo me vence el braço y la espada se me cae ya de las manos. Al intentar levantarla, siento fuerte golpe en mi costado y levanto mi arma por la hoja dando a entender que estoy ya malherido. A mi alrededor se baten los Fideles Regi con furia inusitada, pero todo es inútil. Don Juan de La Guardia ha caído. Don Artal está a punto de hacerlo, batiéndose con dos o tres atacantes a la vez hasta ser alcanzado. Don Rodrigo también yace cerca de mí.
Todo está perdido. Claman ya los guerreros su victoria, arrebatando de su emplaçamiento de honor el Senyal Real y rematando con sus espadas a los caídos, de modo que a pesar de que me esfuerzo por recuperar mi hierro y morir matando, uno de esos malditos se viene hacia mí y hunde su acero en mis tripas (hallando, por cierto, buen campo en el que hacerlo) no sin dejar en mi viaje al infierno una buena blasfemia en la tierra para el hideputa.
Peracense ha caído..."
Llegáis tarde, maese Axil.
Publicar un comentario