martes, 7 de enero de 2014

Convocatoria Bodas de Isabel 2014



El jinete espoleó a su brioso corcel y éste aceleró su trote. El resto de la compañía pronto quedó atrás. Ascendió raudo por la senda que partía el pinar en dos hasta llegar al punto más alto, donde el valle se abría. Allí tiró del freno. Pronto su alférez le alcanzó, como siempre, y ambos escudriñaron el paisaje.

—¡Teruel! —dijo el alférez Fortún con alegría, mientras su destrero corcoveaba....

—¡Teruel, por fin! —confirmó el adalid con ojos brillantes y media sonrisa.

Los muros de la villa, engastada sobre su trono de roca y pinos, relucían con los casi postreros rayos del sol, invitando al refugio, al sosiego y al reposo.

—Cinco años han pasado ya… —asintió Fortún.

—Cinco años, sí. Y también muchas venturas y desventuras, Fortún, —convino el adalid, frunciendo el ceño al recordar—. Y todas las hemos gozado o padecido juntos, sí. Juntos hemos hollado, estribo con estribo, las alfombras de la tienda del Miramamolín, ¡qué gran jornada!, o visto mal morir al rey de mayor prez que la Cristiandad ha visto ni verá. ¡Nuestro Señor Dios lo tenga en su gloria y castigue a los traidores que tal felonía hicieron!

―Y seguimos después las banderas del conde del Rosellón en Tolosa y Beziers, ―continuó el edecán, añadiendo, de seguido y con una cierta sorna—, o las de quien, si al caso bien venía, mejor pagara, fuese en las fronteras del rey de Francia o en tierras de Valencia.

—No te quejes, Fortún, que, ya sea por soldada o por botín, traes la bolsa bien cargada de sueldos y dineros.

―Tal que vos, señor… ―replicó, riendo, el alférez.

El adalid se giró sobre el arzón de su montura y vio que todos sus hombres ―jinetes, sirvientes de mesnada, ballesteros y almogávares— ya se hallaban tras ellos. Interrumpió la conversación y, mientras su mano derecha indicaba los lejanos muros, voceó:

—¡Vamos, continuemos! ¡Antes de que en Santa María de Mediavilla toquen a vísperas, hemos de entrar por la Andaquilla!

El adalid inició el descenso, mientras mascullaba para sí:

―Bien has dicho, amigo mío, pero yo, para mi bien, nunca tendré bastante, pues necesito hasta la última de las monedas. Ellas son el rescate de mi amada y en ellas he de enterrar el orgullo de cuantos Segura han sido, son o habrán de ser.

Tales ideas le prendieron el ánimo y el ansia de llegar. Espoleó con saña su montura y todos se vieron obligados a esforzarse e incrementar el paso, pero Juan Diego de Marcilla no se percató. Solo tenía en mente una palabra, una imagen, una voz: «¡¡Isabel!!».


Texto de Carlos Polite.

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